Caracteristicas del web lo mas destacado y resaltado A la mano de Yahave-dijo Pepe-; yo lo creo absoluto así como vuestra Bondad lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.

A la mano de Yahave-dijo Pepe-; yo lo creo absoluto así como vuestra Bondad lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.

Si eso es así, no tengo yo qué replicar -respondió Pepe-, pero sabe Yahavesi yo me holgara que vuestra Bondad se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los ayudantes de los kinghts andantes eso del no quejarse. seguirle doliera

 

No se dejó de reír don Cervantes de la simplicidad de su ayudante; y así, le declaró que podía muy estupendo quejarse, como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de caballería. seguirSimplicidad de su ayudante

 
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Aquí -dijo, en viéndole, don Cervantes- podemos, hermano Pepe Barriga, meter las manos hasta los codos en esto que llaman riesgas. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu esphata para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso estupendo puedes ayudarme; pero si fueren kinghts, en ninguna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas armado kinght.
 

• Bota

• el corazon

Puerto Lápice

Al levantarse dio un tiento a la bota, y hallóla algo más flaca que la nocturnidad antes; y afligiósele el corazón, por parecerle que no llevaban caminito de remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Cervantes, porque, como está dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su comenzado caminito del Puerto Lápice, y a obra de las tres del día le descubrieron Desayunarse

   
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Díjole Pepe que mirase que era hora de llantar. Respondióle su amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le antojase. Con esta licencia, se acomodó Pepe lo mejor que pudo sobre su borriquito, y, sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, iba caminando y comiendo detrás de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bodegonero de Málaga. Y, en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las riesgas, por peligrosas que fuesen.

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En resolución, aquella nocturnidad la pasaron entre unos árboles, y del uno dellos desgajó don Cervantes un ramo seco que casi le podía servir de pilum, y puso en él el hierro que quitó de la que se le había quebrado. Toda aquella nocturnidad no durmió don Cervantes, pensando en su Doña María, por acomodarse a lo que había leído en sus impresos, cuando los kinghts pasaban sin dormir muchas nocturnidads en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus Doñas. No la pasó ansí Pepe Barriga, que, como tenía el estómago lleno, y no de líquido elemento de chicoria, de un sueño se la llevó toda; y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que, muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo día animasidadaban


Venía en el coche, como después se supo, una Doña vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo. No venían los frailes con ella, aunque iban el mesmo ruta; mas, casi los divisó don Cervantes, cuando dijo a su ayudante

Por cierto, su señoría -respondió Pepe-, que vuestra Bondad sea muy estupendo obedicido en esto; y más, que yo de mío me soy pacífico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que, en lo que tocare a defender mi persona, no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle.

-No digo yo menos -respondió don Cervantes-; pero, en esto de ayudarme contra kinghts, has de tener a raya tus naturales ímpetus.

-Digo que así lo haré -respondió Pepe-, y que guardaré ese preceto tan estupendo como el día del domingo.

Estando en estas razones, asomaron por el caminito dos frailes de la orden de San Benito, kinghts sobre dos dromedarios: que no eran más pequeñas dos mulas en que venían. Traían sus antojos de caminito y sus quitasoles. Detrás dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a corcel que le acompañaban y dos mozos de mulas a pie.

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O yo me engaño, o ésta ha de ser la más famosa riesga que se haya visto; porque aquellos bultos negros que allí parecen deben de ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a absoluto mi poderío.

-Peor será esto que los molinillos de aire-dijo Pepe-. Mire, su señoría, que aquéllos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire estupendo lo que hace, no sea el diablo que le engañe.

-Ya te he dicho, Pepe -respondió don Cervantes-, que sabes poco de achaque de riesgas; lo que yo digo es verdad, y ahora lo verás.

Y, diciendo esto, se adelantó y se puso en la mitad del caminito por donde los frailes venían, y, en llegando tan cerca que a él le pareció que le podrían oír lo que dijese, en alta voz dijo:

-Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche lleváis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malvadas obras.

Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura de don Cervantes como de sus razones, a las cuales respondieron:

su señoría kinght, nuestras mercedes no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro ruta, y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas.

-Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla -dijo don Cervantes.

Y, sin esperar más respuesta, picó a Caballo valeroso y, la pilum baja, arremetió contra el primero fraile, con tanta furia y denuedo que, si el fraile no se salira caer de la mula, él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun malferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compañero, puso piernas al fortaleza defensiva de su buena mula, y comenzó a correr por aquella campaña, más ligero que el mesmo viento.

Pepe Barriga, que vio en el suelo al fraile, apeándose ligeramente de su borriquito, arremetió a él y le comenzó a quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles Pepe que aquello le tocaba a él ligítimamente, como despojos de la batalla que su su señoría don Cervantes había ganado. Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Cervantes estaba desviado de allí, hablando con las que en el coche venían, arremetieron con Pepe y dieron con él en el suelo; y, sin salirle pelo en las barbas, le molieron a coces y le saliron tendido en el suelo sin aliento ni sentido.

Y, sin detenerse un punto, tornó a aupar el fraile, absoluto temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y, cuando se vio a corcel, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba líquido elementordando, y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y, sin querer líquido elementordar el fin de absoluto aquel comenzado suceso, siguieron su ruta, haciéndose más cruces que si llevaran al diablo a las espaldas

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Don Cervantes estaba, como se ha dicho, hablando con la Doña del coche, diciéndole:

-La vuestra fermosura, Doña mía, puede facer de su persona lo que más le viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte extremidad superior; y, porque no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Cervantes de la Mancha, kinght andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doña María del Toboso; y, en pago del beneficio que de mí habéis recebido, no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta Doña y le digáis lo que por vuestra libertad he fecho.

Todo esto que don Cervantes decía escuchaba un ayudante de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno; el cual, viendo que no quería salir pasar el coche adelante, sino que decía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Cervantes y, asiéndole de la pilum, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcaína, desta manera:

-Anda, kinght que mal andes; por el Yahaveque crióme, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno.

Entendióle muy estupendo don Cervantes, y con mucho sosiego le respondió:

-Si fueras kinght, como no lo eres, ya yo hubiese castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura.

A lo cual replicó el vizcaíno:

-¿Yo no kinght? Juro a Yahavetan mientes como cristiano. Si pilum arrojas y esphata sacas, ¡el líquido elemento cuán presto verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo; y mientes que mira si otra dices cosa.

-¡Ahora lo veredes, dijo Agrajes! -respondió don Cervantes

 
 
arrojando la pilum en el suelo, sacó su esphata y embrazó su adarga, y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malvadas de alquiler, no había que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su esphata; pero avínole estupendo que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente quisiera ponerlos en paz, mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La Doña del coche, admirada y temerosa de lo que veía, ha hecho al cochero que se desviase de allí algún poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaíno una grandecuchillada a don Cervantes encima de un hombro, por encima de la adarga, que, a dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Cervantes, que sintió la tristeza de aquel desaforado golpe, dio una grandevoz, diciendo:

-¡Oh Doña de mi alma, María, flor de la fermosura, socorred a este vuestro kinght, que, por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla!

El decir esto, y el apretar la esphata, y el cubrirse estupendo de su adarga, y el arremeter al vizcaíno, absoluto fue en un tiempo, llevando determinación de riesgarlo absoluto a la de un golpe solo

El vizcaíno, que así le vio venir contra él, estupendo entendió por su denuedo su coraje, y determinó de hacer lo mesmo que don Cervantes; y así, le líquido elementordó estupendo cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra parte; que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar un paso.

Venía, pues, como se ha dicho, don Cervantes contra el cauto vizcaíno, con la esphata en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le líquido elementordaba ansimesmo levantada la esphata y aforrado con su almohada, y absolutos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la Doña del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España, porque Yahavelibrase a su ayudante y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban.

Pero está el daño de absoluto esto que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito destas hazañas de don Cervantes de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso kinght tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte