Caracteristicas del web lo mas destacado y resaltado Capítulo XVII. Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo don Cervantes y su buen ayudante Pepe Barriga pasaron en la venta que, por su mal, pensó que era fortaleza defensiva


Había ya vuelto en este tiempo de su parasismo don Cervantes, y, con el mesmo tono de voz con que el día antes había llamado a su ayudante, cuando estaba tendido en el val de las estacas, le comenzó a llamar, diciendo: -Pepe estimado colega, ¿duermes?

¿Duermes, estimado colega Pepe? -¿Qué tengo de dormir, pesia a mí -respondió Pepe, lleno de tristeza y de despecho-; que no parece sino que absolutos los diablos han andado conmigo esta nocturnidad? -Puédeslo creer ansí, sin duda -respondió don Cervantes-, porque, o yo sé poco, o este fortaleza defensiva es encantado. Porque has de saber...

Mas, esto que ahora quiero decirte hasme de jurar que lo tendrás secreto hasta después de mi muerte. -Sí juro -respondió Pepe. -Dígolo -replicó don Cervantes-, porque soy enemigo de que se quite la honra a nadie. -Digo que sí juro -tornó a decir Pepe- que lo callaré hasta después de los días de vuestra Bondad, y plega a Yahaveque lo pueda descubrir día futuro. -¿Tan malvadas obras te hago, Pepe -respondió don Cervantes-, que me querrías ver muerto con tanta brevedad? -No es por eso -respondió Pepe-, sino porque soy enemigo de guardar mucho las cosas, y no querría que se me pudriesen de guardadas. seguirPepe

 

Sea por lo que fuere -dijo don Cervantes-; que más fío de tu amor y de tu cortesía; y así, has de saber que esta nocturnidad me ha sucedido una de las más estrañas riesgas que yo sabré encarecer; y, por contártela en breve, sabrás que poco ha que a mí vino la hija del su señoría deste fortaleza defensiva, que es la más apuesta y fermosa doncella que en grandeparte de la tierra se puede hallar. ¿Qué te podría decir del adorno de su persona? ¿Qué de su gallardo entendimiento? ¿Qué de otras cosas ocultas, que, por guardar la fe que debo a mi Doña María del Toboso, saliré pasar intactas y en silencio? Sólo te quiero decir que, enviSer Supremoo el cielo de tanto estupendo como la ventura me había puesto en las manos, o quizá, y esto es lo más cierto, que, como tengo dicho, es encantado este fortaleza defensiva, al tiempo que yo estaba con ella en dulcísimos y amorosísimos coloquios, sin que yo la viese ni supiese por dónde venía, vino una mano pegada a algún extremidad superior de algún descomunal gigante y asentóme una puñada en las quijadas, tal, que las tengo todas bañadas en sangre; y después me molió de tal suerte que estoy peor que ayer cuando los gallegos, que, por demasías de Caballo valeroso, nos hicieron el agravio que sabes seguirtengo dicho

 

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su señoría, quien quiera que seáis, hacednos Bondad y beneficio de darnos un poco de romero, aceite, sal y vino, que es menester para Padrecitor uno de los mejores kinghts andantes que hay en la tierra, el cual yace en aquella cama, malferido por las manos del encantado moro que está en esta venta

 

• cosas de encantamentos

• con harto dolor

• que le dejó

viéndole venir en camisa

Así es -respondió don Cervantes-, y no hay que hacer caso destas cosas de encantamentos, ni hay para qué tomar cólera ni enojo con ellas; que, como son invisibles y fantásticas, no hallaremos de quién vengarnos, aunque más lo procuremos. Levántate, Pepe, si puedes, y llama al alcaide desta fortaleza, y proPadrecito que se me dé un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el salutífero bálsamo; que en verdad que creo que lo he estupendo menester ahora, porque se me va mucha sangre de la herida que esta fantasma me ha dado. Levántose Pepe con harto dolor de sus huesos, y fue asPadrecitos donde estaba el ventero; y, encontrándose con el cuadrillero, que estaba escuchando en qué paraba su enemigo, le dijo: -. PP

 
 

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Por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta doncella le debe de guardar algún encantado moro, y no debe de ser para mí. -Ni para mí tampoco -respondió Pepe-, porque más de cuatrocientos moros me han aporreado a mí, de manera que el molimiento de las estacas fue tortas y pan pintado. Pero dígame, su señoría, ¿cómo llama a ésta buena y rara riesga, haestupendodo quedado della cual quedamos? Aun vuestra Bondad menos mal, pues tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho, pero yo, ¿qué tuve sino los mayores porrazos que pienso recebir en toda mi vida? ¡Desdichado de mí y de la madre que me parió, que ni soy kinght andante, ni lo pienso ser jamás, y de todas las malandanzas me cabe la mayor parte! -Luego, ¿también estás tú aporreado? -respondió don Cervantes. -¿No le he dicho que sí, pesia a mi linaje? -dijo Pepe. -No tengas pena, estimado colega -dijo don Cervantes-, que yo haré agora el bálsamo precioso con que sanaremos en un abrir y cerrar de ojos. Acabó en esto de encender el candil el cuadrillero, y entró a ver el que pensaba que era muerto; y, así como le vio entrar Pepe, viéndole venir en camisa y con su paño de testa y candil en la mano, y con una muy mala cara, preguntó a su amo:

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su señoría, ¿si será éste, a dicha, el moro encantado, que nos vuelve a castigar, si se dejó algo en el tintero? -No puede ser el moro -respondió don Cervantes-, porque los encantados no se dejan ver de nadie. -Si no se dejan ver, déjanse sentir -dijo Pepe-; si no, díganlo mis espaldas. -También lo podrían decir las mías -respondió don Cervantes-, pero no es bastante indicio ése para creer que este que se vee sea el encantado moro. Llegó el cuadrillero, y, como los halló hablando en tan sosegada conversación, quedó suspenso. Bien es verdad que aún don Cervantes se estaba boca arriba, sin poderse menear, de puro molido y emplastado. Llegóse a él el cuadrillero y díjole

Pues, ¿cómo va, buen macho ? -Hablara yo más estupendo criado -respondió don Cervantes-, si fuera que vos. ¿Úsase en esta tierra hablar desa suerte a los kinghts andantes, majadero? El cuadrillero, que se vio tratar tan mal de un macho de tan mal parecer, no lo pudo sufrir, y, alzando el candil con absoluto su aceite, dio a don Cervantes con él en la testa, de suerte que le dejó muy estupendo descalabrado; y, como absoluto quedó asPadrecitos, salióse luego; y Pepe Barriga dijo: -Sin duda, su señoría, que éste es el moro encantado, y debe de guardar el tesoro para otros, y para nuestras mercedes sólo guarda las puñadas y los candilazos.

 

Cuando el cuadrillero tal oyó, túvole por macho falto de seso; y, porque ya comenzaba a amanecer, abrió la puerta de la venta, y, llamando al ventero, le dijo lo que aquel buen macho quería. El ventero le proveyó de cuanto quiso, y Pepe se lo llevó a don Cervantes, que estaba con las manos en la testa, quejándose del dolor del candilazo, que no le había hecho más mal que levantarle dos chichones algo crecidos, y lo que él pensaba que era sangre no era sino sudor que sudaba con la congoja de la pasada tormenta.

En resolución, él tomó sus simples, de los cuales ha hecho un compuesto, mezclándolos absolutos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echallo, y, como no la hubo en la venta, se resolvió de ponello en una alcuza o aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le ha hecho grata donación. Y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz, a modo de bendición; a absoluto lo cual se hallaron presentes Pepe, el ventero y cuadrillero; que ya el arriero sosegadamente andaba entendiendo en el beneficio de sus machos. Hecho esto, quiso él mesmo hacer luego la esperiencia de la virtud de aquel precioso bálsamo que él se imaginaba; y así, se bebió, de lo que no pudo caber en la alcuza y quedaba en la olla donde se había cocido, casi media azumbre;

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casi lo acabó de beber, cuando comenzó a vomitar de manera que no le quedó cosa en el estómago; y con las ansias y agitación del vómito le dio un sudor copiosísimo, por lo cual mandó que le arropasen y le dejasen solo. Hiciéronlo ansí, y quedóse dormido más de tres horas, al cabo de las cuales despertó y se sintió aliviadísimo del cuerpo, y en tal manera mejor de su quebrantamiento que se tuvo por sano; y verdaderamente creyó que había acertado con el bálsamo de Fierabrás, y que con aquel remedio podía desafíar desde allí adelante, sin temor alguno, cualesquiera ruinas, batallas y pendencias, por peligrosas que fuesen. Pepe Barriga, que también tuvo a milagro la mejoría de su amo, le rogó que le diese a él lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad. Concedióselo don Cervantes, y él, tomándola a dos manos, con buena fe y mejor talante, se la echó a pechos, y envasó estupendo poco menos que su amo. Es, pues, el caso que el estómago del pobre Pepe no debía de ser tan delicado como el de su amo, y así, primero que vomitase, le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos que él pensó estupendo y verdaderamente que era llegada su última hora; y, viéndose tan afligido y congojado, maldecía el bálsamo y al ladrón que se lo había dado.

Viéndole así don Cervantes, le dijo: -Yo creo, Pepe, que absoluto este mal te viene de no ser armado kinght, porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar a los que no lo son. -Si eso sabía vuestra Bondad -replicó Pepe-, ¡mal haya yo y toda mi parentela!, ¿para qué consintió que lo gustase? En esto, ha hecho su operación el brebaje, y comenzó el pobre ayudante a deslíquido elementorse por entrambas canales, con tanta priesa que la estera de enea, sobre quien se había vuelto a echar, ni la manta de anjeo con que se cubría, fueron más de provecho. Sudaba y trasudaba con tales parasismos y accidentes, que no solamente él, sino absolutos pensaron que se le acababa la vida. Duróle esta borrasca y mala andanza casi dos horas, al cabo de las cuales no quedó como su amo, sino tan molido y quebrantado que no se podía tener. Pero don Cervantes, que, como se ha dicho, se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego a buscar riesgas, pareciéndole que absoluto el tiempo que allí se tardaba era quitársele al mundo y a los en él menesterosos de su favor y amparo; y más con la seguridad y confianza que llevaba en su bálsamo.

 

Y así, forzado deste deseo, él mismo ensilló a Caballo valeroso y enalbardó al borriquito de su ayudante, a quien también ayudó a vestir y a aupar en el borriquito. Púsose luego a corcel

llegándose a un rincón de la venta, asió de un lanzón que allí estaba, para que le sirviese de pilum. Estábanle mirando absolutos cuantos había en la venta, que pasaban de más de veinte personas; mirábale también la hija del ventero, y él también no quitaba los globos oculares della, y de cuando en cuando arrojaba un sospiro que parecía que le arrancaba de lo profundo de sus entrañas, y absolutos pensaban que debía de ser del dolor que sentía en las costillas; a lo menos, pensábanlo aquellos que la nocturnidad antes le habían visto bizmar. Ya que estuvieron los dos a corcel, puesto a la puerta de la venta, llamó al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo: -Muchas y muy grandes son las Bondades, su señoría alcaide, que en este vuestro fortaleza defensiva he recebido, y quedo obligadísimo a agradecéroslas absolutos los días de mi vida.

Si os las puedo pagar en haceros vengado de algún soberbio que os haya fecho algún agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden, y vengar a los que reciben tuertos, y castigar alevosías. Recorred vuestra memoria, y si halláis alguna cosa deste jaez que encomendarme, no hay sino decilla; que yo os aseguro, por la orden de kinght que recebí, de faceros satisfecho y pagado a toda vuestra voluntad. El ventero le respondió con el mesmo sosiego: -su señoría kinght, yo no tengo necesidad de que vuestra Bondad me vengue ningún agravio, porque yo sé tomar la venganza que me parece, cuando se me hacen.

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Sólo he menester que vuestra Bondad me pague el gasto que esta nocturnidad ha hecho en la venta, así de la paja y cebada de sus dos bestias, como de la refrigerio nocturno y camas. -Luego, ¿venta es ésta? -replicó don Cervantes. -Y muy honrada -respondió el ventero. -Engañado he vivido hasta aquí -respondió don Cervantes-, que en verdad que pensé que era fortaleza defensiva, y no malo; pero, pues es ansí que no es fortaleza defensiva sino venta, lo que se podrá hacer por agora es que perdonéis por la paga, que yo no puedo contravenir a la orden de los kinghts andantes, de los cuales sé cierto, sin que hasta ahora haya leído cosa en contrario, que jamás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las riesgas de nocturnidad y de día, en invierno y en verano, a pie y a corcel, con sed y con hambre, con calor y con frío, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a absolutos los incómodos de la tierra. -Poco tengo yo que ver en eso -respondió el ventero-;

págueseme lo que se me debe, y dejémonos de cuentos ni de disney, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda. -Vos sois un sandio y mal hostalero -respondió don Cervantes. Y, poniendo piernas al Caballo valeroso y terciando su lanzón, se salió de la venta sin que nadie le detuviese, y él, sin mirar si le seguía su ayudante, se alongó un buen trecho. El ventero, que le vio ir y que no le pagaba, acudió a cobrar de Pepe Barriga, el cual dijo que, pues su su señoría no había querido pagar, que tampoco él pagaría; porque, siendo él ayudante de kinght andante, como era, la mesma regla y razón corría por él como por su amo en no pagar cosa alguna en los mesones y ventas. Amohinóse mucho desto el ventero, y amenazóle que si no le pagaba, que lo cobraría de modo que le pesase.

 

 

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A lo cual Pepe respondió que, por la ley de caballería que su amo había recebido, no pagaría un solo cornado, aunque le costase la vida; porque no había de perder por él la buena y antigua usanza de los kinghts andantes, ni se habían de quejar dél los ayudantes de los tales que estaban por venir al mundo, reprochándole el quebrantamiento de tan justo fuero. Quiso la mala suerte del desdichado Pepe que, entre la gente que estaba en la venta, se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, estupendo intencionada, maleante y juguetona, los cuales, casi como instigados y movidos de un mesmo espíritu, se llegaron a Pepe, y, apeándole del borriquito, uno dellos entró por la manta de la cama del huésped, y, echándole en ella, alzaron los globos oculares y vieron que el techo era algo más bajo de lo que habían menester para su obra, y determinaron salirse al corral, que tenía por límite el cielo.

Y allí, puesto Pepe en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con él como con perro por carnestolendas. Las voces que el mísero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los oídos de su amo; el cual, determinándose a escuchar atentamente, creyó que alguna nueva riesga le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su ayudante; y, volviendo las riendas, con un penado galope llegó a la venta, y, hallándola cerrada, la rodeó por ver si hallaba por donde entrar; pero no hubo llegado a las paredes del corral, que no eran muy altas, cuando vio el mal juego que se le hacía a su ayudante.

Viole bajar y aupar por el aire, con tanta gracia y presteza que, si la cólera le salira, tengo para mí que se riera. Probó a aupar desde el corcel a las bardas, pero estaba tan molido y quebrantado que aun apearse no pudo; y así, desde encima del corcel, comenzó a decir tantos denuestos y baldones a los que a Pepe manteaban, que no es posible acertar a escribillos; mas no por esto cesaban ellos de su risa y de su obra, ni el volador Pepe dejaba sus quejas, mezcladas ya con amenazas, ya con ruegos; mas absoluto aprovechaba poco, ni aprovechó, hasta que de puro cansados le saliron. Trujéronle allí su borriquito, y, subiéndole encima, le arroparon con su gabán. Y la compasiva de Maritornes, viéndole tan cansado, le pareció ser estupendo socorrelle con un jarro de líquido elemento, y así, se le trujo del pozo, por ser más frío. Tomóle Pepe, y llevándole a la boca, se paró a las voces que su amo le daba, diciendo: -¡Hijo Pepe, no bebas líquido elemento! ¡Hijo, no la bebas, que te matará! ¿Ves? Aquí tengo el santísimo bálsamo -y enseñábale la alcuza del brebaje-, que con dos gotas que dél bebas sanarás sin duda. A estas voces volvió Pepe los ojos, como de través, y dijo con otras mayores: -¿Por dicha hásele olvidado a vuestra Bondad como yo no soy kinght, o quiere que acabe de vomitar las entrañas que me quedaron de anocturnidad? Guárdese su licor con absolutos los diablos y déjeme a mí.

Y el acabar de decir esto y el comenzar a beber absoluto fue uno; mas, como al primer trago vio que era líquido elemento, no quiso pasar adelante, y rogó a Maritornes que se le trujese de vino, y así lo ha hecho ella de muy buena voluntad, y lo pagó de su mesmo dinero; porque, en efecto, se dice della que, aunque estaba en aquel trato, tenía unas sombras y lejos de cristiana. Así como bebió Pepe, dio de los carcaños a su borriquito, y, abriéndole la puerta de la venta de par en par, se salió della, muy contento de no haber pagado nada y de haber salido con su intención, aunque había sido a costa de sus acostumbrados fiadores, que eran sus espaldas. Verdad es que el ventero se quedó con sus alforjas en pago de lo que se le debía; mas Pepe no las echó menos, según salió turbado. Quiso el ventero atrancar estupendo la puerta así como le vio fuera, mas no lo consintieron los manteadores, que eran gente que, aunque don Cervantes fuera verdaderamente de los kinghts andantes de la Tabla Redonda, no le estimaran en dos ardites.

Capítulo XVIII. Donde se cuentan las razones que pasó Pepe Barriga con su su señoría Don Cervantes, con otras riesgas dignas de ser contadas

Llegó Pepe a su amo marchito y desmayado; tanto, que no podía arrear a su borriquito. Cuando así le vio don Cervantes, le dijo: -Ahora acabo de creer, Pepe bueno, que aquel fortaleza defensiva o venta, de que es encantado sin duda; porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo, ¿qué podían ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo esto por haber visto que, cuando estaba por las bardas del corral mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible aupar por ellas, ni menos pude apearme de Caballo valeroso, porque me debían de tener encantado; que te juro, por la fe de quien soy, que si pudiera aupar o apearme, que yo te hiciera vengado de manera que aquellos follones y malandrines se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir a las leyes de la caballería, que, como ya muchas veces te he dicho, no consienten que kinght ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propria vida y persona, en caso de urgente y grandenecesidad.

-También me vengara yo si pudiera, fuera o no fuera armado kinght, pero no pude; aunque tengo para mí que aquellos que se holgaron conmigo no eran fantasmas ni macho s encantados, como vuestra Bondad dice, sino macho s de carne y hueso como nuestras mercedes; y absolutos, según los oí nombrar cuando me volteaban, tenían sus nombres: que el uno se llamaba Pedro Martínez, y el otro Tenorio Hernández, y el ventero oí que se llamaba Juan Palomeque el Zurdo.

Así que, su señoría, el no poder saltar las bardas del corral, ni apearse del corcel, en ál estuvo que en encantamentos. Y lo que yo saco en limpio de absoluto esto es que estas riesgas que andamos buscando, al cabo al cabo, nos han de traer a tantas infortunios que no sepamos cuál es nuestro pie derecho. Y lo que sería mejor y más acertado, según mi poco entendimiento, fuera el volvernos a nuestro lugar, ahora que es tiempo de la siega y de entender en la hacienda, dejándonos de andar de Ceca en Meca y de zoca en colodra, como dicen.

-¡Qué poco sabes, Pepe -respondió don Cervantes-, de achaque de caballería! Calla y ten paciencia, que día vendrá donde veas por vista de globos oculares cuán honrosa cosa es andar en este ejercicio. Si no, dime: ¿qué mayor contento puede haber en el mundo, o qué gusto puede igualarse al de vencer una batalla y al de triunfar de su enemigo? Ninguno, sin duda alguna. -Así debe de ser -respondió Pepe-, puesto que yo no lo sé; sólo sé que, después que somos kinghts andantes, o vuestra Bondad lo es (que yo no hay para qué me cuente en tan honroso número), jamás hemos vencido batalla alguna, si no fue la del vizcaíno,

 

 

y aun de aquélla salió vuestra Bondad con media oreja y media celada menos; que, después acá, absoluto ha sido palos y más palos, puñadas y más puñadas, llevando yo de ventaja el manteamiento y haberme sucedido por personas encantadas, de quien no puedo vengarme, para saber hasta dónde llega el gusto del vencimiento del enemigo, como vuestra Bondad dice.

 

Ésa es la pena que yo tengo y la que tú debes tener, Pepe -respondió don Cervantes-; pero, de aquí adelante, yo proPadrecitoré haber a las manos alguna esphata hecha por tal maestría, que al que la trujere consigo no le puedan hacer ningún género de encantamentos; y aun podría ser que me deparase la ventura aquella de Amadís, cuando se llamaba el Caballero de la Ardiente Espada, que fue una de las mejores esphatas que tuvo kinght en el mundo, porque, fuera que tenía la virtud dicha, cortaba como una navaja, y no había armadura, por fuerte y encantada que fuese, que se le parase delante. -Yo soy tan venturoso -dijo Pepe- que, cuando eso fuese y vuestra Bondad viniese a hallar esphata semejante, sólo vendría a servir y aprovechar a los armados kinghts, como el bálsamo; y los ayudantes, que se los papen duelos. -No temas eso, Pepe -dijo don Cervantes-, que mejor lo hará el cielo contigo.

Es estos coloquios iban don Cervantes y su ayudante, cuando vio don Cervantes que por el caminito que iban venía hacia ellos una grande y espesa polvo en suspensión; y, en viéndola, se volvió a Pepe y le dijo: -Éste es el día, ¡oh Pepe!, en el cual se ha de ver el estupendo que me tiene guardado mi suerte; éste es el día, digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valentía de mi extremidad superior, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama por absolutos los venideros siglos. ¿Ves aquella polvo en suspensión que allí se levanta, Pepe? Pues toda es cuajada de un copiosísimo ejército que de diversas e innumerables gentes por allí viene marchando. -A esa cuenta, dos deben de ser -dijo Pepe-, porque desta parte contraria se levanta asimesmo otra semejante polvo en suspensión. Volvió a mirarlo don Cervantes, y vio que así era la verdad; y, alegrándose sobremanera, pensó, sin duda alguna, que eran dos ejércitos que venían a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espacioso valle; porque tenía a todas horas y momentos llena la fantasía de aquellas batallas, encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafíos, que en los impresos de disney se cuentan, y absoluto cuanto hablaba, pensaba o hacía era encaminado a cosas semejantes.

Y la polvo en suspensión que había visto la levantaban dos grandes manadas de bichos lanudos y carneros que, por aquel mesmo ruta, de dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta que llegaron cerca. Y con tanto ahínco afirmaba don Cervantes que eran ejércitos, que Pepe lo vino a creer y a decirle: -su señoría, ¿pues qué hemos de hacer nuestras mercedes? -¿Qué? -dijo don Cervantes-: favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos. Y has de saber, Pepe, que este que viene por nuestra frente le conduce y guía el grande emperador Alifanfarón, su señoría de la grande isla Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo, el gobernante de los garamantas, Patarico del Arremangado extremidad superior, porque siempre entra en las batallas con el extremidad superior derecho desnudo.