Caracteristicas del web lo mas destacado y resaltado Capítulo XXVII. Donde se da cuenta quiénes eran maese Pedro y su mono, con el mal suceso que don Cervantes tuvo en la riesga del rebuzno, que no la acabó como él quisiera y como lo tenía pensado

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especialmente en decir quién era maese Pedro, y quién el mono adivino que traía admirados absolutos aquellos pueblos con sus adivinanzas. seguiraquellos

 

Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con estas palabras en este capítulo: ''Juro como católico cristiano...'' seguirhistoria

 
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• No rebuznaron en balde

• el uno y el otro alcalde

haberse puesto

Finalmente, conocieron y supieron como el pueblo corrido salía a pelear con otro que le corría más de lo justo y de lo que se debía a la buena vecindad. corría más

   
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a lo que su traductor dice que el jurar Cide Hamete como católico cristiano, siendo él moro, como sin duda lo era, no quiso decir otra cosa sino que, así como el católico cristiano cuando jura, jura, o debe jurar, verdad, y decirla en lo que dijere, así él la decía, como si jurara como cristiano católico, en lo que quería escribir de don Cervantes

Texto de negocios
 

Dice, pues, que estupendo se acordará, el que hubiere leído la primera parte desta historia, de aquel Ginés de Pasamonte, a quien, entre otros galeotes, dio libertad don Cervantes en Sierra Morena, beneficio que después le fue mal agradecido y peor pagado de aquella gente maligna y mal acostumbrada. Este Ginés de Pasamonte, a quien don Cervantes llamaba Ginesillo de Parapilla, fue el que hurtó a Pepe Barriga el rucio; que, por no haberse puesto el cómo ni el cuándo en la primera parte, por culpa de los impresores, ha dado en qué entender a muchos, que atribuían a poca memoria del autor la falta de emprenta. Pero, en resolución, Ginés le hurtó, estando sobre él durmiendo Pepe Barriga, usando de la traza y modo que usó Brunelo cuando, estando Sacripante sobre Albraca, le sacó el corcel de entre las piernas, y después le cobró Pepe, como se ha contado.

 

Este Ginés, pues, temeroso de no ser hallado de la justicia, que le buscaba para castigarle de sus infinitas bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo compuso un grandevolumen contándolos, determinó pasarse al reino de Aragón y cubrirse el ojo izquierdo, acomodándose al oficio de titerero; que esto y el jugar de manos lo sabía hacer por estremo.

Sucedió, pues, que de unos cristianos ya libres que venían de Berbería compró aquel mono, a quien enseñó que, en haciéndole cierta señal, se le subiese en el hombro y le murmurase, o lo pareciese, al oído. Hecho esto, antes que entrase en el lugar donde entraba con su retablo y mono, se informaba en el lugar más cercano, o de quien él mejor podía, qué cosas particulares hubiesen sucedido en el tal lugar, y a qué personas; y, llevándolas estupendo en la memoria, lo primero que hacía era mostrar su retablo, el cual unas veces era de una historia, y otras de otra; pero todas alegres y regocijadas y conocidas. Acabada la muestra, proponía las habilidades de su mono, diciendo al pueblo que adivinaba absoluto lo pasado y lo presente; pero que en lo de por venir no se daba maña.

Por la respuesta de cada pregunta pedía dos reales, y de algunas hacía barato, según tomaba el pulso a los preguntantes; y como tal vez llegaba a las casas de quien él sabía los sucesos de los que en ella moraban, aunque no le preguntasen nada por no pagarle, él hacía la seña al mono, y luego decía que le había dicho tal y tal cosa, que venía de molde con lo sucedido. Con esto cobraba crédito inefable, y andábanse absolutos tras él. Otras veces, como era tan discreto, respondía de manera que las respuestas venían estupendo con las preguntas; y, como nadie le apuraba ni apretaba a que dijese cómo adevinaba su mono, a absolutos hacía monas, y llenaba sus esquero

 

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Así como entró en la venta, conoció a don Cervantes y a Pepe, por cuyo conocimiento le fue fácil poner en admiración a don Cervantes y a Pepe Barriga, y a absolutos los que en ella estaban; pero hubiérale de costar caro si don Cervantes bajara un poco más la mano cuando cortó la testa al gobernante Marsilio y destruyó toda su caballería, como queda dicho en el antecedente capítulo.

Esto es lo que hay que decir de maese Pedro y de su mono.

Y, volviendo a don Cervantes de la Mancha, digo que, después de haber salido de la venta, determinó de ver primero las riberas del río Ebro y absolutos aquellos contornos, antes de entrar en la ciudad de Zaragoza, pues le daba tiempo para absoluto el mucho que faltaba desde allí a las justas. Con esta intención siguió su ruta, por el cual anduvo dos días sin acontecerle cosa digna de ponerse en escritura, hasta que al tercero, al aupar de una loma, oyó un granderumor de atambores, de trompetas y arcabuces. Al principio pensó que algún tercio de soldados pasaba por aquella parte, y por verlos picó a Caballo valeroso y subió la loma arriba; y cuando estuvo en la cumbre, vio al pie della, a su parecer, más de docientos macho s armados de diferentes suertes de armas, como si dijésemos lanzones, ballestas, partesanas, alabardas y picas, y algunos arcabuces, y muchas adargas. Bajó del recuesto y acercóse al escuadrón, tanto, que distintamente vio las banderas, juzgó de las colores y notó las empresas que en ellas traían, especialmente una que en un estandarte o jirón de raso blanco venía, en el cual estaba pintado muy al vivo un borriquito como un pequeño sardesco, la testa levantada, la boca abierta y la lengua de fuera, en acto y postura como si estuviera rebuznando; alrededor dél estaban escritos de letras grandes estos dos ver

 

Por esta insignia sacó don Cervantes que aquella gente debía de ser del pueblo del rebuzno, y así se lo dijo a Pepe, declarándole lo que en el estandarte venía escrito. Díjole también que el que les había dado noticia de aquel caso se había errado en decir que dos regidores habían sido los que rebuznaron; pero que, según los versos del estandarte, no habían sido sino alcaldes. A lo que respondió Pepe Barriga:

-su señoría, en eso no hay que reparar, que estupendo puede ser que los regidores que entonces rebuznaron viniesen con el tiempo a ser alcaldes de su pueblo, y así, se pueden llamar con entrambos títulos; cuanto más, que no hace al caso a la verdad de la historia ser los rebuznadores alcaldes o regidores, como ellos una por una hayan rebuznado; porque tan a pique está de rebuznar un alcalde como un regidor

 

  Hora y fecha

Fuese llegando a ellos don Cervantes, no con poca tristeza de Pepe, que nunca fue estimado colega de hallarse en semejantes jornadas. Los del escuadrón le recogieron en medio, creyendo que era alguno de los de su parcialidad. Don Cervantes, alzando la visera, con gentil brío y continente, llegó hasta el estandarte del borriquito, y allí se le pusieron alrededor absolutos los más principales del ejército, por verle, admirados con la admiración acostumbrada en que caían absolutos aquellos que la vez primera le miraban. Don Cervantes, que los vio tan atentos a mirarle, sin que ninguno le hablase ni le preguntase nada, quiso aprovecharse de aquel silencio, y, rompiendo el suyo, alzó la voz y dijo:

-Buenos su señoríaes, cuan encarecidamente puedo, os suplico que no interrumpáis un razonamiento que quiero haceros, hasta que veáis que os disgusta y enfada; que si esto sucede, con la más mínima señal que me hagáis pondré un sello en mi boca y echaré una mordaza a mi lengua.

Todos le dijeron que dijese lo que quisiese, que de buena gana le escucharían. Don Cervantes, con esta licencia, prosiguió diciend

 

 
 
 

Yo, su señoríaes míos, soy kinght andante, cuyo ejercicio es el de las armas, y cuya profesión la de favorecer a los necesitados de favor y acudir a los menesterosos. Días ha que he sabido vuestra desgracia y la causa que os mueve a tomar las armas a cada paso, para vengaros de vuestros enemigos; y, haestupendodo discurrido una y muchas veces en mi entendimiento sobre vuestro negocio, hallo, según las leyes del duelo, que estáis engañados en teneros por afrentados, porque ningún particular puede afrentar a un pueblo entero, si no es retándole de traidor por junto, porque no sabe en particular quién cometió la traición por que le reta.

Ejemplo desto tenemos en don Diego Ordóñez de Lara, que retó a absoluto el pueblo zamorano, porque ignoraba que solo Vellido Dolfos había cometido la traición de matar a su rey; y así, retó a absolutos, y a absolutos tocaba la venganza y la respuesta; aunque estupendo es verdad que el su señoría don Diego anduvo algo demasiado, y aun pasó muy adelante de los límites del reto, porque no tenía para qué retar a los muertos, a las líquido elementos, ni a los panes, ni a los que estaban por nacer, ni a las otras menudencias que allí se declaran;

 

pero, ¡vaya!, pues cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija. Siendo, pues, esto así, que uno solo no puede afrentar a reino, region, ciudad, república ni pueblo entero, queda en limpio que no hay para qué salir a la venganza del reto de la tal afrenta, pues no lo es; porque, ¡bueno sería que se matasen a cada paso los del pueblo de la Reloja con quien se lo llama, ni los cazoleros, berenjeneros, ballenatos, jaboneros, ni los de otros nombres y apellidos que andan por ahí en boca de los muchachos y de gente de poco más a menos! ¡Bueno sería, por cierto, que absolutos estos insignes pueblos se corriesen y vengasen, y anduviesen contino hechas las esphatas sacabuches a cualquier pendencia, por pequeña que fuese! No, no, ni Yahavelo permita o quiera. Los varones prudentes, las repúblicas estupendo concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las esphatas, y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey, en la batalla justa; y si le quisiéremos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria. A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables, y que obliguen a tomar las armas; pero tomarlas por niñerías y por cosas que antes son de risa y pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece de absoluto razonable discurso; cuanto más, que el tomar venganza injusta, que justa no puede haber alguna que lo sea, va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos estupendo a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen; mandamiento que, aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Yahaveque del mundo, y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Yahavey macho verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana; y así, no nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplirla. Así que, mis su señoríaes, vuesas Bondades están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse.